
El pasado 26 de junio la CNMV, en una nota de prensa, nos informaba sobre los cuatro ejes sobre los que bascularía la reforma del Código de Buen Gobierno de las entidades cotizadas. Pero centrándome en aquello que da pie a esta entrada: Se ha sustituido el término responsabilidad social corporativa por el de sostenibilidad.

A estas alturas no debería extrañarme nada porque no deja de ser una «muerte» anunciada desde hace algún tiempo. Aunque no querría dejar de decir aquello que venía advirtiendo tanto tiempo: La RSE no ha muerto sino que se la quieren cargar. Pero, repito, «NO HA MUERTO» ni morirá.
Afirmo lo anterior de forma vehemente. Que suene. La actividad empresarial debe obtener el beneplácito social para seguir operando y será así siempre, aunque no quieran. Las empresas son responsables de los impactos de sus negocios en la sociedad, entendida esta última de manera amplia, incluyendo el medio ambiente y las generaciones futuras (COM-2011 681).
Lo que se intenta alejar es a los grupos de interés, más los de presión, de la gestión que hacen las empresas de esos impactos. La RSE es un concepto muy peligroso para el mundo empresarial porque obliga (al menos, teóricamente) a las empresas a preocuparse por lo que la sociedad espera de ellas. En este sentido, resultaba de un riesgo reputacional importante el hecho de hacer «cosas» que la sociedad no demandaba. Con el cambio de concepto dejamos vía libre pues a que las empresas desarrollen política ASG pero que no necesariamente vayan ligadas a su core business. En definitiva, lo que se hacía pero sin la molestia de un concepto bien andamiado como el de responsabilidad social. Ahora, por fin, al sistema de gestión empresarial que tiene en cuenta los aspectos ESG se le llama «sostenibilidad». Esperemos que tenga mayor éxito, en cuanto a impacto, que el que tuvo la RSE.
A pesar del cambio de nombre de esta forma de gestión de esos aspectos, me gustaría repetir lo dicho un poco más arriba: la responsabilidad social empresarial no va a desaparecer. Si no lo va a hacer es porque en nuestras sociedades, eminentemente democráticas, el poder recae en el pueblo y debe ser este quien otorgue la licencia para operar de cualquier organización creada. Del mismo modo que no se da licencia a una banda terrorista para matar, tampoco lo va a obtener una organización empresarial que actúe de manera contraria a la moral de determinadas sociedades.
El reto más acuciante al que nos vamos a enfrentar como sociedad va a ser el del Cambio Climático. Difícilmente, nuestra sociedad vaya a aceptar comportamientos empresariales contra el medio ambiente y, aunque de manera menos severa, se castigarán los abusos sobre trabajadores y resto de sociedad. Si alguna cosa va a ser necesaria para evaluar estos comportamientos será la información que desde la empresa se traslade a la opinión pública. Es en este último asunto, donde la RSE va a seguir viva aunque, por abandono empresarial, la información se tenga que obtener presionando a los Gobiernos y no de manera directa a las empresas.
¿Estará la sociedad dispuesta a otorgar subvenciones a empresas que contaminen (entiéndase más de lo moralmente deseable) o despidan a trabajadores teniendo beneficios y repartiendo dividendos por parte de un consejo de multimillonarios? ¿Va a aceptar, sin más, las amenazas de algunas mentes pensantes de trasladar contrataciones a otros países con legislación laboral más beneficiosa para la empresa? Considero que estas cuestiones, en el futuro más cercano, van a coger mucho protagonismo. Para evaluar de manera correcta estos comportamientos se deberán exigir datos que nos eviten debates interminables sobre si un comportamiento es tal o no. Y a pesar de la mano de pintura, la sociedad va a empujar, y a así debe ser, a sus representantes en pro de un Mundo, eso sí, más sostenible. Y para ello, la RESPONSABILIDAD SOCIAL EMPRESARIAL ES VITAL y que lo gestionen como consideren.
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