El País y su opinión.


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Fuente: https://ruedadelafortuna.com.mx/2012/11/09/slim-y-zedillo-en-el-centro-de-la-crisis-de-el-pais/

Que el periódico El País no ha sido jamás de izquierda parece ser que se haya descubierto hoy. Pero es que a algunos les cuesta caerse del burro.

Hoy, primero de marzo, podemos leer en su edición digital un artículo de opinión de su responsable, José Ignacio Torreblanca, titulado «Yo me bajo de la Globalización«. El autor escribe algo así como un comentario de bar en el que sin argumentar lanza un insulto a la izquierda y la acusa de «egoísta».

En él se pretende criticar a la izquierda que, años después de empezar la Globalización (neoliberal), parece darse cuenta (también hay algunos que les ha costado) que este proceso es ingobernable desde el espacio político del Estado y está favoreciendo la polarización de las sociedades «occidentales». Pues bien, el autor es incapaz de distinguir los matices del debate dentro de la izquierda, aunque no estaría de más que explicara que considera izquierda para sus adentros. Afirma que la izquierda está en contra de la Globalización financiera, creo entender que le parece bien. Después, utilizando un trazo muy gordo afirma que:

La frustración no es solo con la última fase, la globalización financiera, responsable de la crisis de 2008 —¿se acuerdan de aquella promesa de reformar el capitalismo?—, sino también con la globalización comercial: como vimos con ocasión del Tratado CETA con Canadá y el fallido TTIP con EE UU, la desconfianza de la izquierda, con la globalización, se ha extendido a su núcleo duro, el comercial, al que responsabilizan de la presión para rebajar los estándares laborales y medioambientales en los países más adelantados.

Continúa afirmando que la izquierda se benefició de los conocidos «treinta gloriosos» que permitió la construcción de los Estados del Bienestar europeos. Pues bien, ahí está la cuestión Sr. Torreblanca. La izquierda no está de acuerdo con cualquier Globalización y puede que la Neoliberal no sea la más adecuada para los intereses de los trabajadores occidentales, pero tampoco para el medio ambiente global.

Las compencias hacia abajo («race to the bottom») para mantener puestos trabajo a costa de la calidad del mismo en países como España resulta evidente. ¿La causa? No existe sólo una, pero sí que es cierto que la libertad de movimientos de capitales y la necesidad de captación de estos (Inversión Extranjera Directa) es de los más importantes.

¿No es cierto Sr. Torreblanca que el transporte es uno de los causantes de las emisiones de gases de efecto invernadero? Puede comprobarlo en las múltiples iniciativas que se toman en el sector para mitigar sus impactos. También puede leer algún artículo de ONGs que previenen sobre estos. Las cadenas de montaje globales y los estándares de consumo infravaloran los costes externos que provocan, por lo que no se internaliza en los precios los efectos negativos sobre el medio ambiente.

Pues el opinador de El País considera (sin argumentar) que estos motivos anteriores no son suficientes para que la izquierda occidental se oponga al proceso globalizador (neoliberal) pues:

Un lamento comprensible, pero algo egoísta. Lo que le sucedió a Europa en aquellos treinta es lo mismo que le ha ocurrido al resto del mundo en los últimos treinta. Los “treinta gloriosos” de Asia, África y Latinoamérica (también de algunos en el Sur y el Este de Europa) comenzaron en 1980, cuando varios miles de millones de personas en países como China, India, Brasil o Nigeria se subieron a la globalización y, como ocurrió en el Norte, aunque a su manera, comenzaron a salir de la pobreza, mandar a sus hijos al colegio, emancipar a las mujeres y desarrollar clases medias.

Este cacareo, tan utilizado por lo ganadores en el proceso, tiene un excelente punto débil, LOS DATOS.

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Se observa que las ganancias globales en los países emergente han sido generadas a costa de las clases «medias» occidentales. El beneficio ha sido para el 1% más rico, que siempre gana y los otros perdedores, los más pobres que no han recogido nada de este proceso.

Quizás, a la izquierda, le queda dar un paso más: criticar al sistema. Dejar de justificar los impactos usando ricos, pobres y clase media; comenzando (retomando) la explicación diferenciando entre clases sociales: trabajadores y capitalistas. Es más evidente lo que sucede.

La izquierda no critica que los «beneficiados» (también da mucho para debatir) de las economías emergentes hayan visto mejoradas sus condiciones económicas, sino que esta mejora se haga a costa de unos derechos conseguidos por una clase trabajadora occidental y que parecen morir rápidamente en este contexto actual.

Aunque no hay mal que por bien no venga. Esta situación está poniendo de manifiesto que el sistema capitalista es lo que es y que la clase trabajadora, como clase dominada, siempre resultará perjudicada si no plantea una lucha clara contra este modelo.

 

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